Ejecucion

Ejecución

Nada fue fácil con Bundy y su ejecución no sería diferente. Siguió proclamando su inocencia y metódicamente agotó sus apelaciones. Representándose a sí mismo obtuvo numerosos retrasos a la ejecución, la primera el 4 de marzo de 1986, incluyendo unos quince minutos antes de la hora programada para morir el 2 de julio de 1986, y otro el 18 de noviembre, a tan solo siete horas de la ejecución.
Este criminal usaba y abusaba de su encanto personal y no dudó en utilizar esta capacidad en su lucha por retrasar su final. Resaltando tal rasgo, el criminólogo Robert Ressler estima que Bundy se favoreció, pues la prensa interpretó mal aquel encanto personal. Señala que, al contrario de la imagen que de él brindaban los medios de difusión, este delincuente no era "el Rodolfo Valentino de los asesinos en serie, sino un hombre brutal, sádico y pervertido".
Buscando aplazar el cumplimiento de su sentencia, le confesó al doctor Bob Keppel, jefe de investigadores del Departamento de Justicia de Washington D. C., con quien había colaborado tiempo atrás en la búsqueda de Gary Ridgway (asesino en serie conocido como The Green River Killer), algunos de los lugares en donde guardaba los restos de unas cuantas de sus víctimas. En su casa fueron descubiertas algunas de las cabezas de sus víctimas. La conducta de Bundy fue catalogada como perversión y compulsión necrofílica.
El 17 de enero de 1989 obtuvo la fecha definitiva: iba a ser ejecutado una semana después. Bundy no había terminado su lucha para evitar la muerte y trató de mantener sus confesiones como cebo para, así, obtener más tiempo. Él y sus abogados pidieron una prórroga de tres años para que confesara los demás asesinatos. También trató de coaccionar a los familiares de sus víctimas para que solicitaran a la corte que le otorgaran más tiempo para poder confesar. A pesar de no conocerse el paradero de muchas de las víctimas, todas las familias se negaron.
Mientras permaneció encerrado trató de diferir al máximo la fecha de su ejecución y pretendió haber perpetrado más cantidad de asesinatos, inventando detalles y proporcionando datos inconexos para así ganar tiempo con las reconstrucciones y búsquedas. Llegó al colmo de proponer ayudar a las autoridades a detener a otros asesinos en serie, aprovechando que por aquel entonces hacía estragos el llamado "caso de los crímenes del Río Verde", otra secuencia de muertes violentas que tuvo por objeto a prostitutas.
Considerando esta actitud, aquellos que estudiaron la personalidad delictiva de este homicida destacaron que se trataba de un mentiroso compulsivo que tuvo la osadía, una vez cercana la hora de su ejecución, de tratar de demorar el momento de la misma intentando engatusar a la policía y al FBI prometiendo la confesión de todos los crímenes que había cometido.
Bundy celebró un maratón de entrevistas y confesiones durante sus últimos días, aunque nunca estuvo dispuesto a admitir todo, especialmente los asesinatos de algunas de las víctimas más jóvenes. En su último día llamó a su madre y rechazó su última comida. Fue electrocutado el 24 de enero de 1989 y declarado muerto a las 07:16 de la mañana. Tenía 42 años. 



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